Hoy el niño iba de excursión. Casi nunca me espero para decirle adiós cuando salen camino del autobús y siempre le va bien pero hoy me ha pedido que me quedara: ¡¡¡Sispli, sispli, sispli mamá!!! He pensado que el trabajo podía esperar 10 minutos y he aceptado la invitación pero llegado el momento,
h e M A R C H A D O.
Lo he hecho a regañadientes pero ya habían pasado aquellos 10 minutos que había calculado y allí no había madres, ni padres, ni autobús… He pensado que a lo mejor marchaban más tarde o habían cambiado de planes. Poco probable. Me he centrado en escuchar la radio para no oír la voz que me iba diciendo ¿Seguro? Le has dicho que te esperarías… ¿Tan, tan, tan importante es lo que tienes que hacer como para decir que Sí y hacer que No?
20 minutos después llega el primer video al grupo de WhatsApp de las familias. Mucho jaleo, parejas de niños y niñas sonrientes y habladores camino del autobús, maestras poniendo orden… El mío también va hablando, con los ojos como platos mirando a lado y lado. Su madre tramposa no está. Me ha hecho daño, supongo que a él también. El castigo divino por no cumplir mi palabra me acompaña intermitentemente toda la mañana. Ya sabemos que pueden surgir imprevistos, que no siempre salen las cosas como hemos planeado, que está bien aprender a aceptar las circunstancias… Pero ha sido feo.