Hemos comido en casa con unos amigos. Al despedirnos nos hemos dado cuenta que no nos veremos hasta el año que viene. Cómo si faltaran tantos días…
Queríamos dar un paseo antes de comer pero la lluvia nos ha obligado a cambiar de planes. Hemos hecho dos turnos. Ahora que son más mayores cuando acaban el postre se van a la habitación a jugar, y mientas ellos juegan nosotros comemos tranquilamente con Harry, el galgo, quieto como una estátua. Después de nuestro postre y cuando empiezan a alborotarse decidimos ir al parque, está a 10 minutos de casa. Hemos cogido patinetes, motos y bicis, y hacia el parque. Cuando hace un rato que miramos los patos y las tortugas suena un silbato. Harry ladra y el guardia nos dice que está a punto de cerrar el parque. Vamos hacia la puerta que tenemos más cerca. Cerrada. ¡Pero si acaba de silbar! Vamos a la siguiente. Cerrada. Se nos une un padre con su hija, debe tener 4 años. Los niños empiezan a gritar: ¡¡¡Ayuda!!! ¡¡¡Guardia, abrenos la puerta!!! ¡¡¡¡¡Ayudaaaaa!!!!! Nada. Esperamos unos minutos a ver si aparece. Nada. Vamos a la siguiente puerta. Cerrada. Sólo nos queda la principal que evidentemente también está cerrada.
– ¡¡¡¡¡Ayudaaaaa!!!!!
– ¿Dormiremos aquí mamá?
– No, saltaremos la valla.
– ¿Y los pinchos?
– Iremos a la que no tiene pinchos.
– También podemos llamar a los mossos.
– ¡¡¡¡¡Ayudaaaaa!!!!!
Hace un rato que los niños caminan. Los mayores carreteamos los dos patinetes, la bici y la moto. Empieza a pesar todo. Decidimos ir a la puerta sin pinchos, cuando nos cruzamos con unos adolescentes la mar de tranquilos pasando la tarde-noche en el parque. Son los que nos indican la salida más conveniente. Nos imagino siendo los protagonistas de cualquier libro de Enid Blyton. Estamos a punto de encontrarnos un cesto con huevos, panceta i la bebida aquella extraña que les reconfortaba. Harry sigue feliz como una perdiz, corriendo arriba y abajo, el amo del parque. Nosotros rollo romería, con el padre y la niña integrados en el grupo. Llegamos. Los niños pasan por un agujero estrecho entre dos vallas, Harry también. Los otros saltamos y hacemos una especie de contrabando con juguetes de dos ruedas.
– ¡¡¡Nos ha encantado esta aventura!!!
Quién nos iba a decir que un guardia tan tonto nos regalaría tanta emoción.