Estoy en una tienda con mi madre y los niños. Hace un buen rato que estamos esperando y va para largo. Hemos traídos unas láminas y estamos escogiendo los marcos. Detrás hay una pareja con un perro. Es un salchicha, mis preferidos. Los niños piden permiso para tocarlo. Los amos que son simpáticos y parece que les gustan los niños, les explican que se llama Fredy, lo que le gusta, Mejor que os huela primero y después ya lo podéis acariciar tranquilos…
A pesar de que el niño quiere ser veterinario no se atreve a acercarse hasta que lo acompaño. Fredy nos conoce a todos excepto a mi madre, la típica que tiene que compartir un espacio reducido con un animalito y prefiere esperar y dejarlos pasar porque Aunque no haga nada… A mi me da miedo…
Los niños lo prueban:
– Abuela, ven a ver a Fredy.
– Ya lo veo desde aquí, es muy bonito.
– ¡Y es muy suave! ¡¡¡Ven!!!
– Ahora voy.
Los está enredando.
Podría haberse excusado pero no, ha dejado que el perro la huela y le ha tocado el lomo!!!
Verlo para creerlo. ¡Increíble! Me hubiera apostado cualquier cosa a que mamá no tocaría jamás un perro por más pequeño, tierno e indefenso que fuera. El amor infinito hacia los niños la ha llevado hasta el salchicha.
Cuando les explico que es la primera vez en 70 años que la abuela toca un perro, no se lo creen. Si fueran conscientes de lo que implica la caricia aparentemente insifnificante, fliparían, como yo.
¡Gracias mamá!
*Perro de Jeff Koons