El niño es un poco particular, no le gustan los globos. Posiblemente es el único humano menor de 5 años que no haría cualquier cosa por tener un trozo de plástico lleno de aire. Aquello típico de entrar a un Viena y que un trabajador sonriente se acerque con dos globos. Cree que te hace el mejor recibimiento posible, no se puede ni imaginar que el niño empezará a berrear como un energúmeno ¡¡¡¡¡Noooooo, globo nooooo!!!!! ¡¡¡¡¡Nooooo!!!!! ¡¡¡¡¡Marchaaaa!!!!! El chico no sabe como reaccionar y el niño sale disparado en dirección contraria a los globos gigantes.
Resulta difícil mantener la calma estando los cuatro en la mesa. Intentamos que se acostumbre a la existencia de los globos, aunque no los toque. La hermana le va diciendo Ves, no pasa nada, no explota… Y de golpe ¡¡¡¡¡¡Boooom!!!!!! Un globo ha explotado.
– ¡¡¡¡Explota, explota, explota!!!!
Sería genial que de la nada apareciera Raffaella Carrà rodeada de bailarines, descolocarían al niño que está a punto de entrar en colapso. Si tenemos suerte no explota ninguno más y la cosa se va calmando hasta que llegamos al coche. Compartir trayecto con el globo es superior a sus fuerzas. A menudo lo dejamos en el maletero, el globo. Y cuando entramos por la puerta de casa empieza la cancioncilla: Me gustan un poco los globos… Pero me dan un poco de miedo ¿Me dejas tocarlo?
Nos hacemos ilusiones pensando que la próxima vez será más sencillo, pero no, la próxima vez volveremos a empezar.