Hemos pasado el fin de semana en Valencia en casa de los tíos y la prima. Cuando estamos haciendo el último pipí antes de marchar el niño me dice que se quiere quedar.
– Pero tenemos que volver a casa. Mañana tienes guardería.
– ¿Me quiero quedar!
– Preguntale a los tíos a ver si puedes.
Se sube los pantalones y pregunta. Le dicen que por ellos no hay ningún problema.
– ¿Mamá, y cuando sea la hora de dormir quien me dará comida?
– Nosotros. Tú no sufras que no pasarás hambre. – Le dice la tía.
– Y podré jugar con los juguetes de la prima…
Sonríe. La prima que a duras penas articula tres palabras seguidas va detrás de él abrazándolo.
– Yo no puedo, tengo campamento. – Le dice la hermana.
– ¡Sí, quédate! ¡Puedes quedarte, tú eres una valiente!
– No, no puedo.
– ¡Pues yo me quedo!
El tío intenta convencerlo que a lo mejor debería marchar, que cuando vayamos de vacaciones a él le gustaría que le trajéramos un regalo y estaría bien que él se encargara de encontrarle un coche para ampliar su colección.
El niño lo escucha con atención. Se nota que está pensando: Él necesita que yo marche y me encargue de comprarle un coche.
– ¿Te parece bien?
– Sí.
– Y cuando vuelvas de vacaciones quedamos y me lo das.
Se queda conforme. Marchamos. Estamos a punto de entrar a nuestro coche. Vemos tres cabezas pequeñas y unas manos enérgicas que nos dicen adiós desde el décimo piso. El niño se gira y empieza a gritar:
– ¡¡¡No te preocupes que te traeré el coche!!! ¡¡¡ Tranquilo!!! ¡¡¡Yo te lo traeré!!!
– El tío estará muy contento cuando le traigas y el regalo.
– ¿Tú crees que me ha oído mamá?
– Caro que sí hijo.