A veces es cansado hacer de madre. Cuando les divierte ser traviesos y ponen a prueba tus límites conscientemente, entregadísimos para sacarte de tus casillas. De nada sirven los intentos de persuasión.
Hay días que no estás a la altura, que cuesta mucho hacer lo que toca, cuando y como corresponde, cuando sólo quieres tener una pataleta como si tuvieras 4 años, ningún compromiso, ninguna responsabilidad: ¡Estoy harta, aquí os quedáis, le tomáis el pelo a otra!
Les he dicho del derecho y del revés que es hora de dormir, se me ha acabado la paciencia y no es para menos.
– Había una vez una ratita que barría la escalerita…
– ¿Y qué es una escalerita?
– Una escalera pequeño, hijo (…) ¡Y el gato la mordió!
– ¿Por qué el gato la muerde?
– Los gatos comen ratones.
– ¡Y ratas!
– Intentad estar en silencio, tranquilos, cerrad los ojos y nos dormimos.
Parece que se relajan. Él me abraza.
– ¡No me soples mamá!
– Sólo respiro
– ¿Por qué me soplas?
– Sepárate un poco y no lo notarás.
Así hasta el infinito. Supongo que a él tamibén se le pasará esta época de resistencia al descanso:
– No me gustar dormir. No estoy cansado. ¿Ves como no tenía sueño mamá? ¿Todavía es de día?
– No, ya es de noche.
– ¡No, es de día! ¡Mamá despierta, es de día! No quiero dormir. ¿Por qué todos los días dormimos? Todos los días dormimos, comemos, vamos al cole… ¡No me gusta!
Hoy me he ganado el cielo. He aguantado como una campeona. He pensado que el tiempo pasa muy rápido y dentro de nada ya no querrán compartir estos ratos. Se han relajado y finalmente he triunfando. Agotada y vencedora.