No me quiero ni imaginar el nivel de estrés de los Reyes de Oriente o de Santa Claus. Sin duda el más afortunado es el Tió que se planta en casa, lo atiborras a mandarinas y como no le puedes hacer encargos, todo el mundo está contento independientemente de lo que acabe cagando. Pero los de los camellos y el de los renos… qué quieres que te diga. Confío que en algún momento puedan desconectar, sinó me temo que les explotará el cerebro antes de estrenar la Navidad.
Ya se sabe que las televisiones aprovechan para llenar los canales infantiles de publicidad pensada para las peticiones de los más pequeños pero mis hijos piden como si no hubiera un mañana. La niña abra la veda con Me pediré ésto, mira mamá, me pediré ésto… siguiente anuncio, Me pediré ésto, y ésto, ésto también, mira, me pediré ésto… A estas alturas el niño ya tiene claro qué quiere la hermana y qué quiere él, Mira mamá, p’riré ésto, niño ésto y ella ésto, p’riré éstos, los dos ésto, p’riré ésto, los dos ésto, y ésto… un loop infinito, hacen línea y bingo, lo quieren todo, absolutamente TODO. Ya les hemos explicado que ellos piden y que los Reyes ya decidirán, que tienen que repartir entre todos los niños, que a ver donde meteremos todos los regalos, que si les traen la mitad de lo que piden tendremos que marchar de casa, y mientras estoy con la cancioncilla vuelvo a oir ¡¡¡P’riré ésto!!! ¡¡¡Y ésto!!! El niño ha cogido el catálogo de juguetes que hay por casa.
Tengo curiosidad por ver cómo se lo montan los pajes para hacer una buena elección y que todo el mundo acabe satisfecho.
Los más guapos del mundo 