El fin de semana hemos estado fuera. El hotel era fantástico. La habitación era perfecta: espaciosa, grande, bonita, luminosa y bien distribuida. En un lado estaba nuestra cama y delante el sofá cama, abierto y hecho.
En cuanto entramos los niños dicen que les gusta.
– ¿Nosotros podemos dormir aquí?
– ¡¡¡Por supuesto!!!
Pasan las horas. La emoción se respira. Ríen todo el rato. Están contentos. ¡Gritan!
– No chilléis tanto que es tarde…
-¡¡¡Es que estamos muy contentos!!!
Estamos que no nos lo creemos. Es la primera vez que duermen los dos en una cama de mayores. Se hacen mayores.
– ¿Te gusta dormir conmigo?
– Sí
– ¿Estás contento?
– Sííí
Se esconden bajo las sábanas. Los oímos susurrar. Ríen. Son divertidos. Están excitadísimos.
– Buenas noches.
– Buenas noches.
Cerramos la luz. Silencio.
– Miedo
– No, no da miedo. ¡Estamos juntos!
– Nene miedo
Silencio.
Oímos unos pasos…
– Mamá, miedo.
Y sube a la cama.
– ¡Yo no quiero estar sola!
Silencio.
Y más pasos.
Estamos los cuatro en la cama. Reímos. Dormimos, apretados, pero dormimos.