Estamos en el parque. Una niña que no conocemos baja del columpio pequeño y se sienta en el banco con sus padres y un globo de Peppa Pig. Los míos se abalanzan a los columpios. El niño al pequeño, la niña al de mayores. En cuanto se sientan la desconocida empieza a berrear. No calla. Cada vez con más insistencia: ¡Columpiiooo! Los padres no le dicen nada. Nosotros seguimos con nuestra conversación. Pienso que si no calla le propondré al niño que baje para que suba la niña de las narices. La desconocida está a punto de explotar, corre directa hacia los columpios.
A cámara lenta: el padre la coje, la madre se asusta, abre la mano, Peppa aprovecha la oportunidad y se escapa, vuela, la niña lo ve, grita, grita, grita, grita!!! La madre sale disparada, mi hija sigue columpiándose, está a punto de tocar las nubes, la madre pasa por delante, choca con el columpio y la niña, sigue su camino, salta para recuperar a Peppa, la desconocida no calla ¡Peppa! ¡Peppa! ¡Peppa!, mi hija se coje fuerte a la cadena, el golpe brusco rectifica la trayectoria, por poco no se cae, la madre ni se inmuta, han perdido a Peppa. El niño dice ¡Peppa! ¡George! ¡Grrrrr!, la niña va explicando ¡Peppa va a la luna! ¡Mira como vuela!… cuanto más cuenta más llora la desconocida. Ni una disculpa ni un ¿Estás bien? a la niña. Hemos perdido de vista a Peppa. La desconocida sigue desconsolada. Nosotros marchamos.