El niño ha aprendido a dar besos. Ha tardado un poco pero ha valido la pena esperar.
Qué besos, cuánta decisión, qué fuerza y qué carnoso cuando te chafa con los mofletes.
No siempre le apetece repartir besos a diestro y siniestro pero cuando está predispuesto nos aprovechamos. Intentamos no atosigarlo y seguimos cierto orden: ¿Me das un beso? ¿Y a mi? ¿A mi también, verdad? Debe pensar que no es para tanto pero los da tan bien…
La mejor es la niña: A mi me dará más besos, yo soy su hermana mayor.
Es una buena recompensa por los inconvenientes iniciales de dejar de ser hija única.
Y sí, él también la prefiere a ella. ¡Qué espabilados son!