Lo recuerdo como si fuera ayer:
– No saltes.
– ¿Por qué?
– Porque cuando se camina no se salta.
Siempre lo mismo. Yo saltaba, mi madre que no, mi por qué, respuesta poco satisfactoria y a caminar caminando. No me gustaba, por eso la niña, si quiere, camina haciendo saltitos. Me encanta. Todavía me pregunto qué hay de malo en hacer zancadas impulsándote y estar milésimas de segundo suspendida en el aire.
¿Si no saltas cuando eres una niña cuando lo harás? ¿Siendo adulta? Pues sí. De camino a la escuela la niña brinca, me da la mano y me dice: ¿Saltamos mamá?
Soy feliz. Me importa un comino si nos ven, nos miran o piensan que se tiene que caminar caminando. Nosotras brincamos.