Es una mañana diferente, estoy sola con los niños. No es habitual pero no tiene que ser un problema.
8.25h. Los niños y yo estamos en la puerta del colegio.
8.30h. Entramos.
8.40h. El niño y yo en casa. Cambio de pañal. Lo dejo todo preparado en el recibidor y cojo las llaves. Uy, las llaves. No están en su sitio. Tampoco están en el bolsillo de la chaqueta, ni en el bolso, ni en la mesa, ni en el lavabo, ni en el cesto de los pañales. Respiro profundamente. Miro al niño. No me quiero imaginar que él las ha cogido. Rebusco en la chaqueta, en el bolso, miro en la nevera, dentro de la fiambrera y me temo lo peor. El niño me mira sonríe. Por más que combine todo lo que sabe decir, cuatro cosas, no sabré con certeza donde están las llaves. Yo como si nada. ¿Hijo, has cogido las llaves? Sonríe. ¿Sí?¿Dónde están?¿Las llaves?
Me arrastro por el suelo, miro debajo del sofá, debajo de la cama, dentro de la cocinita, en la basura, en el bidé, el lavabo, la bañera, el cajón de las galletas… nada.
9.10h. Estoy desesperada. Sin el llavero con las llaves de casa y las del coche no vamos a ninguna parte. Taquicardias. Pienso. Si llevo al niño a la guardería caminando y cojo el transporte público llego al trabajo a las 11h. Podría llorar pero vuelvo a preguntar al niño: ¿Has visto las llaves hijo? Intenta acordarte. Creo que lo miro demasiado fijamente. Llora. Que lo coja. Juntos volvemos a buscar las llaves.
9.15h. Llamo para decir que llego tarde. El niño resbala, me agacho y allí, debajo del perro de vinilo, en la caja de los libros: las llaves.
IMPORTANTE: Recordemos que el niño llega a todas partes, lo coge todo y es imprevisible.