Me he cambiado las gafas. Son amarillas. Hace más de diez años que la chica de la óptica me conoce. Sabe lo que me gusta. También sabe que tengo hijos y que duermo poco, aunque para saberlo sólo hace falta mirarme, contenta pero agotada.
Razonamiento compartido: si tienes ojeras mejor unas gafas que te animen.
La adquisición ha coincidido con una tanda de virus. El niño con tos, congestión, ronquidos, vómitos, cuatro dientes nuevos y fiebre. La niña de momento se ha salvado. Crucemos los dedos.
Nuestras noches son un festival. No importa la hora que vas a dormir, cuando estás a punto de desaparecer empieza la tos. Abres los ojos y esperas… más tos, parece que se le ha caído el chupete. ¿Llora? Falsa alarma. Cinco minutos. Llora. Te levantas, le pones el chupete y vuelves a la cama. Duermes. Llora. No calla. Te levantas. Debe tener hambre. Biberón de tomillo, la leche hace mocos. Acepta el engaño. Se lo acaba. Se acurruca. Succiona el chupete. Te levantas con cuidado. ¡La tos de los CO_ _NES! Se atraganta. Vomita mocos, tomillo y la leche de hace dos días. Calma.
Él duerme y nosotras con la fregona. Hacemos más tomillo por si las moscas. Son sólo las dos. Las próximas cuatro horas son una gincana: llantos, fiebre, paracetamol, no le gusta, arcadas, tos, vómitos, agua, pijama limpio, fregona, dormimos un poco, se despierta, no quiere estar solo, tres en la cama, patadas, está inquieto, más tos, ronronea… se duerme. Dormimos.
– ¡Mamá… tengo pipí!
La niña.
– No tengo sueño.
– No jodas. Todavía es MUY de noche, tenemos que dormir.
– Me da igual que sea de noche ¡NO TENGO SUEÑO!
Faltan cuarenta minutos para que suene el despertador. Ver un 6 en el reloj me mata. El grito de No tengo sueño ha despertado al niño. La resignación puede más que el sueño. Los cuatro en el sofá. La noche, por suerte, ha acabado. Empieza el día. Que no nos pase nada.