Es una pena que no tengamos recuerdos de nuestros primeros años de vida. Olvidamos los besos, las caricias, los achuchones, los abrazos, todas las cosas bonitas que nos dicen… También es una pena que a medida que nos hacemos mayores estemos menos besados, menos acariciados, menos achuchados, menos abrazados y a duras penas tengamos tiempo para decirnos cosas bonitas.
Supongo que el amor que nos han dado nuestros padres y el que nosotros damos a nuestros hijos no se pierde, lo llevamos encima, nos ayuda a crear vínculos, a sentirnos seguros y queridos, no lo recordamos pero lo hemos sentido y lo hemos disfrutado. Es un privilegio querer y ser querido.