El niño come muy bien. Es una lima. Será una ruina. Pero ahora es una suerte. Y un ahorro de tiempo bastante importante.
Tenemos algunos baremos-experiencias con sus comidas:
– El rato que pasa en un restaurante (servicio rápido) entre que traen la carta y los platos es más que suficiente para su puré y el yogur
– Engulle un yogur mientras la niña toma un batido (es rápida, no respira hasta que se lo acaba)
– Come la fruta antes que la doctora acabe de pasar consulta a la niña
– Se toma tan rápido 240 ml de leche que no tenemos tiempo para hacer nada más
En casa hemos establecido algunas «normas» para no tener problemas:
– La comida que no sea para el niño se mantiene alejada de él
– Sólo le enseñamos lo que sea o parezca comestible si se lo tiene que comer
Así evitamos:
– Angustias innecesarias porque todavía no puede comer todo lo que ve y quiere
– Posibles accidentes después de encontrarlo trepando por las sillas para conseguir un bol de cereales o las peras que las nena no se ha acabado
Pero todo ésto queda en agua de borrajas cuando los abuelos están cerca. Según ellos el niño siempre tiene apetito y hay que darle un poquito de lo que tienen en el plato: patatas, azúcar, el final del café, un traguito de cava… al final, empacho seguro.