He leído en Perricatessen que a mediados del siglo pasado existía una escuela para paseadores de perros, la Jim Buck’s School for Dogs. Su creador, James A. Farrell, convirtió en profesión el hecho de pasear perros.
No quiero pasear perros. Sobre todo a nivel particular. Traducido, en casa no entra ningún animal.
El niño empieza a sonreír y emitir sonidos guturales cuando ve perros. La niña se avalanza a los escaparates de las tiendas que tienen cachorros. Amigos y tías han comentado más de una y de dos veces que habían pensado que a lo mejor podrían regalar un perrito o un gatito a los niños. Después de mi NO rotundo lo intentan con tortugas y peces. Yo inamovible.
Si quisiéramos animales los tendríamos. Siempre se puede cambiar de opinión pero de momento ya tenemos suficiente trabajo y responsabilidad con los niños. No quiero tener más quebraderos de cabeza logísticos cuando sea el momento de marchar un fin de semana o de vacaciones. ¿Qué hará la bestia todo el día sola en casa? ¿A quién le tocará hacer de Jim Buck no profesional?
¿Animales? No, gracias. Con los niños estoy más que servida.
Imagen de Perricatessen