Hoy hemos ido a la «graduación» de la niña. No, no tiene 20 años, era la despedida de la guardería. Una excusa para hacer una fiesta, para celebrar con los compañeros y las profesoras el final de una etapa y ser conscientes que el próximo curso irá al «cole de mayores».
Como era de esperar éxito rotundo, niños contentos, padres orgullosos y mucha emoción porque se han hecho mayores. ¡Ha sido tan rápido! Puede que éste sea uno de los cambios más bestias cuando tienes hijos, de golpe eres consciente del paso del tiempo. Cuando tiene un mes te mira, tiene tres y acaban los cólicos, cuatro y empieza con las papillas, seis y se sienta, ocho y gatea, el año y camina, dieciocho meses y canturrea, dos años y habla…
Todos estos cambios dan tanto trabajo que cuesta encontrar un momento para mirarte al espejo, pero cuando lo haces ya no hay duda, ha pasado el tiempo, tienes una cara de cansada que no te aguantas, las ojeras te llegan a los pies y no te explicas como en 75 meses te han salido tantas arrugas. Si le sumas dormir poco, no parar nunca y reír mucho, ya lo tienes. Para ti también pasan los años, la evolución no ha sido tan espectacular pero has aprendido un montón de cosas: pones pañales, abres y cierras cochecitos como si nada, eres multitarea con uno o dos niños en los brazos, quitas las manchas casi tan bien como tu madre, ejerces la paciencia hasta límites insospechados y lo más importante de todo, que quieres incondicionalmente.